TEMA 2.- UNA "METAFÍSICA ESTRUCTURADA": LA METAFÍSICA ARISTOTÉLICA.

Introducción: "Realismo moderado". Una visión metafísica de la realidad.

  1. Estructura constitutiva de los entes: hilemorfismo.
  2. Acto y potencia: el movimiento.
  3. Teoría de las causas.
  4. Las categorías: sustancia y accidentes.
  5. Dios: el Motor inmóvil.

Con el fin de mostrar la unidad y vertebración que ofrece la mirada metafísica acerca de la realidad, tomaremos un ejemplo concreto -por otra parte, extraordinario-: la metafísica de Aristóteles. Aprovecharemos esta exposición para familiarizarnos con la terminología específica acuñada por el filósofo de Estagira, que será de uso habitual a lo largo de la asignatura.

INTRODUCCIÓN: “REALISMO MODERADO”.


TEMA 2.- UNA
Restos arqueológicos del Liceo. Atenas.

Aristóteles -Estagira (Macedonia), 384-322 a. Jc.-, hijo del médico Nicómaco, mostró siempre un gran interés por las “ciencias naturales” (Medicina, Botánica, Zoología…), considerando la observación y la experiencia sensibles como necesario punto de partida de todo conocimiento científico.

En lo relativo a la Metafísica, se considera platónico, pero a decir verdad se distancia muy notablemente de las posiciones clásicas de Platón (no tanto de las del Platón ‘crítico’). Se ha hecho célebre la frase: “Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Suele interpretarse, así, la filosofía aristotélica como un progresivo alejamiento del platonismo hacia posturas cada vez más originales.

El filósofo de Estagira no acude a los diálogos como forma de exposición (aunque se supone que escribió alguno en sus años más jóvenes), sino al discurso técnico, al tratado sistemático, utilizando pocas licencias literarias. Suele contarse que impartía sus lecciones mientras paseaba con sus discípulos (de ahí el nombre de “peripatéticos” que éstos recibieron), y que bastantes de sus obras no son sino los guiones y anotaciones que preparaba previamente para sus exposiciones orales, e incluso apuntes tomados por los discípulos que le escuchaban.

Los temas que cultivó son variadísimos, tanto que apenas resulta concebible que pudiera dedicarse con tanto fruto, preparación y hondura a todos ellos: Lógica, Física, Antropología, Metafísica, Ética, Política, Biología, Poética, etc. En muchos de ellos se le considera iniciador indiscutible. Se le valora, sin lugar a dudas, como una de las mayores cumbres del pensamiento de todos los tiempos.

Suele caracterizarse su pensamiento como un “realismo moderado”, y ello por varios motivos:

1.- Siempre que elabora una teoría, Aristóteles examina antes la tradición filosófica que le precede. Es el primer “historiador de la Filosofía”. No suele colocarse en posturas extremas, sino, en lo posible, conciliadoras y superadoras.

2.- El punto de partida de su investigación es siempre el conocimiento empírico (sensible, experiencial) y directo de los problemas: observación sensible, recopilación de datos, examen de casos, muestras y ejemplos… Siempre busca la confirmación de la realidad para sus tesis.

3.- Tras esta reflexión inicial, intenta profundizar racionalmente en las cuestiones, teniendo en cuenta las aportaciones convincentes de otros autores también, hasta llegar a una conclusión radical (metafísica), original.

1) Estructura constitutiva de los entes. El hilemorfismo.


Aristóteles intentará superar una fuerte antinomia entre Demócrito y Platón, acerca de lo que son las cosas o entes:

- La visión del atomismo concluía en un mecanicismo que no hacía posible explicar la forma, el origen, el para qué y el porqué de la realidad. La libertad y el valor de las cosas o acciones carecen de relevancia en el pensamiento de Demócrito.

- Platón, con Pitágoras, hacía hincapié en la estructura según la cual se han formado las cosas, a lo cual llamaba “idea” o “esencia”. Pero caía así en un dualismo radical entre el mundo inteligible y el sensible, que implicaba que no pudiera existir verdadero conocimiento de las cosas materiales, cambiantes, sujetas al movimiento.

Recuperando la pretensión socrática de alcanzar un conocimiento seguro de lo que las cosas son, por medio de la comprensión de su esencia, Aristóteles insistirá en que el principio constitutivo, la razón de ser de las cosas, está en ellas mismas; no fuera, en un mundo inteligible pero separado (frente a lo que decía Platón).

La idea o esencia de una cosa reside en su estructura constitutiva, en lo que él va a llamar (el término es también platónico, pero ya tiene otro contenido) su “forma”, su ”naturaleza”. Y esta naturaleza no sólo será el principio o la causa que hace ser a la cosa, al ente, definiendo sus cualidades, sino también el principio o raíz de sus operaciones propias, de su dinamismo. Es esa forma o esencia lo que hace que las cosas que vemos y tocamos sean lo que son, a pesar y a través de sus cambios, lo que las hace perdurar y subsistir aunque experimenten modificaciones y cambios. Y al ser fuente de sus operaciones propias, lleva consigo, implícita e indicada, la perfección a la que cada cosa en cierto modo tiende.

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Las cosas individuales, dotadas así pues de un principio interno del que emergen sus operaciones y propiedades, tienen consistencia propia. No son meras sombras o apariencias (contra Platón), sino que encierran un sentido, una entidad y relevancia propia y específica (contra Demócrito). Estas cosas reciben por parte de Aristóteles nombres técnicos como “ente” o “sustancia”.

Una sustancia es una realidad individual, un ente, que posee una naturaleza constitutiva propia, un principio inmanente que le constituye como tal y rige sus procesos. Es como si el estagirita hubiese hecho “bajar” a las ideas de su lugar celeste a la tierra, introduciéndolas “dentro” de las cosas y convirtiéndolas en principios intrínsecos, constitutivos de éstas.

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Para Aristóteles, “ser” significa tener naturaleza propia, ser algo, ser una sustancia que tiene en su constitución intrínseca su esencia y dinamismo. El ser de las cosas ya no es ni sólo materia (Demócrito), ni sólo idea, estructura (Platón, Pitágoras); es sustancia, la unidad en el ente individual, de lo material y lo formal.

Y aquí tocamos uno de los puntos clave del pensamiento aristotélico: El ente es una unidad sustancial compuesta de materia y forma. Es la llamada teoría hilemórfica o hilemorfismo (materia=hylé; forma=morphé). Según ella, en las cosas corpóreas hay dos principios constitutivos:

La materia, que es el sustrato común de todas las cosas corpóreas, aquello de lo que están hechas todas las cosas.

La forma, que es lo que determina a la materia a tener un modo especial de ser corpóreo: perro, piedra, agua, árbol, cuchara, hombre, etc. No es simplemente la figura o aspecto externo; es sobre todo la estructura constitutiva, el conjunto de características, notas o cualidades que configuran o constituyen a una cosa, haciendo que ésta sea el tipo de cosa que es: hombre, gato, piedra, árbol… Dicho de otro modo: la esencia de esa cosa, que no está fuera de ella (como ocurría con las ideas platónicas), sino en su constitución.

Por ejemplo, en el caso de una escultura concreta: el Laocoonte, o el Moisés de Miguel Ángel. Puede decirse que el mármol se comporta como materia, la cual ha venido a adquirir por la mano del escultor una forma determinada, que la diferencia de otra escultura distinta: el David, la Piedad u otra.

No obstante, habría que precisar más aún: ser “mármol” es poseer ya una forma, distinta de la del hierro, la madera o el bronce, por ejemplo. (La materia, propiamente dicha, es algo previo, más básico y primitivo…; y común a todo lo corpóreo).

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En una escultura, por ejemplo, el mármol adopta el papel de “materia”, que “recibe” del escultor una forma u otra: la de esta o aquella escultura concretas.

Pero advirtamos un asunto importante: como la esencia de las cosas, en Aristóteles, es parte constitutiva de ellas, es ahora posible una ciencia acerca de las cosas sensibles, individuales y concretas (cosa imposible en Platón). La ciencia trata de la esencia de las cosas y de sus causas; pero ya no hay que buscarlas en otro mundo distinto del mundo sensible.

Aristóteles llama “materia prima” o primera, al principio material indeterminado y común a partir del cual están formadas todas las cosas. En cada cosa, ente o sustancia, la materia prima entra en composición con una “forma sustancial” (la cual admite a su vez, como veremos, múltiples formas o determinaciones accidentales). Pero la materia prima no existe separadamente (como si dijéramos, en estado puro). Tal y como se halla en la realidad, es entrando en composición con alguna forma, en tal o cual sustancia; y a este estado, que es el que adopta la materia al ser estructurada o determinada por una forma, se la llama “materia segunda”. Cada sustancia tiene su materia segunda propia; y lo que todas las sustancias corpóreas tienen en común, a pesar de sus diferentes formas y propiedades, es la materia prima.

En Aristóteles, la materia –a diferencia de Platón y Pitágoras- es limitadora, condiciona a las formas o esencias a una existencia individual, a un “aquí y ahora”, a ser “éste y no otro” (todos los hombres tienen una esencia en común, la naturaleza humana, la humanidad; pero Sócrates es este hombre concreto –este individuo- porque posee estos huesos y esta carne, esta “materia segunda” que le individualizan). Pero aunque la materia sea “limitadora” de algún modo, no es mala ni negativa. Esta es una diferencia muy importante con Platón y Pitágoras. La materia es un elemento constitutivo indispensable en cada ente o cosa, sin el cual esta cosa no existiría. La materia es “causante” indispensable –junto con la forma- de que una cosa exista, y por lo tanto no es algo malo o negativo. Será menos perfecta que la forma (la escultura añade cualidades y determinaciones al mármol, siguiendo con el ejemplo anterior), pero la materia es en todo caso condición indispensable para que la perfección de la forma se dé en un ente individual y concreto (sin el mármol esta escultura no existiría).

Una última precisión, de gran importancia: materia y forma no son cosas, sustancias. Son sólo dimensiones, elementos, aspectos constitutivos de las cosas. Aristóteles las llama “co-principios”. No pueden existir separadas la una de la otra. Se exigen mutuamente para dar lugar a la sustancia completa, al ente individual real, compuesto por ambas, y que es el que verdaderamente existe.

El ente, la sustancia completa o “compuesto sustancial”, es el sujeto de las operaciones que realiza: soy yo el que actúa y no mi mano o mi sangre; es este árbol el que crece, no la rama o la savia, propiamente. Y por lo mismo, propiamente hablando, sólo el compuesto sustancial, el sujeto, nace y perece, se genera y se corrompe. Perece o se corrompe cuando se desestructura, cuando materia y forma se separan. Pero aquí surge un tema muy interesante: cuando se separan la materia y la forma, ¿a dónde van a parar, puesto que no pueden subsistir por separado?

Hay que matizar la pregunta: No es que la forma “venga a la materia” desde fuera, como se tiende a explicar en el platonismo, sino que es “sacada” o “extraída” de la potencialidad de la materia por la acción de un agente. Vale aquí muy bien el ejemplo de Miguel Ángel, que decía “ver” en la potencialidad del bloque de mármol la imagen que iba a esculpir. La materia prima es pura potencialidad, un horizonte de posibilidades de las que sólo unas pocas son efectuadas realmente por la acción de una causa exterior (el escultor, por ejemplo). Entonces es cuando es “formada”, engendrada o producida.

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Y al descomponerse la materia y la forma -el momento en que un objeto se destruye, corrompe, deja de ser él-, lo que sucede es que la materia adquiere otra forma distinta (más elemental o más perfecta). Dicho con propiedad: experimenta una “trans-formación”, cambia de forma, se transforma en otra cosa distinta. Por ejemplo, cuando quemamos una hoja de papel, que se convierte en ceniza, o cuando el herrero funde dos metales y produce una aleación.

2) Acto y potencia. El movimiento.


Hemos hablado hace un momento de “potencialidad” al aludir a la materia. Parémonos un instante en este punto. Al estudiar los movimientos o cambios que se registran en las cosas, Aristóteles elabora la llamada teoría del acto y la potencia, una de las teorías metafísicas (Nota 1) más profundas.

El cambio o movimiento es un acontecimiento real, que afecta, según sus tipos, a los entes reales. El nacimiento o generación de un ente, lo mismo que su desaparición o aniquilamiento, son cambios o movimientos reales. El fenómeno del cambio es universal en la naturaleza: todo ser natural se mueve. Es más, para Aristóteles “ser natural” y “ser móvil” es en el fondo lo mismo. Pero ¿cómo entiende Aristóteles el cambio?

Heráclito y Parménides se encontraron en un callejón sin salida porque entendían el movimiento como el paso del ser al no ser o del no ser al ser. Así entendido el cambio, sólo cabían dos posturas:

  1. O todo cambia y nada permanece, y entonces el ser es movilidad pura, las cosas son y no son a la vez, empiezan a ser y dejan de ser continuamente, y toda permanencia es aparente (Heráclito).
  2. O todo es permanente y nada cambia, y entonces el ser es estático e inmóvil. El movimiento sería engaño de los sentidos (Parménides).

Aristóteles salvará la antinomia: el movimiento no es en realidad un paso del no ser al ser, sino un paso del ser en potencia (lo que puede ser, o ser así, pero todavía no es) al ser en acto (lo que ya es, o lo que ya es así). Es el paso de la potencia al acto.

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Potencia es la capacidad o aptitud de una cosa para hacer o recibir algo. Si es aptitud para hacer, se llama potencia activa; si es para recibir, potencia pasiva. (Nota 2) La potencia es algo real, aunque no pleno, no está realizado de modo efectivo: reclama un acabamiento, una perfección hacia la que tiende de suyo.

El acto, por su parte, es lo que perfecciona a la potencia, es la culminación o realización efectiva de algo que está llamado a ser. El acto es lo que hacer ser, y ser ya, a lo que sólo era o existía en potencia. Así, la visión es el acto de la potencia o capacidad de ver; la audición es el acto de la capacidad de oír, la planta es acto de la semilla y el adulto es acto respecto del niño. A lo que ya es en acto, a lo que ha culminado y satisfecho por sí mismo todas sus potencialidades, a la perfección alcanzada, Aristóteles lo llama entelequia.

Pero hay otro aspecto importante en esta teoría: En la constitución misma de cada sustancia encontramos una dimensión potencial y otra actual. La potencia es la materia; y la actual, la forma. La forma es una actualización de la materia. De las múltiples posibilidades que se encierran en la materia, en cada ente se han realizado aquellas que lo definen, es decir, que lo conforman tal y como es. Y estas son las perfecciones específicas que posee dicho ente. El mármol se ha convertido en el David, el Moisés o la Piedad, y no en otras esculturas posibles.

La potencia (pasiva) implica imperfección; y el acto (en cuanto que es realización cumplimiento y acabamiento de la potencia) implica una perfección. Algo es más perfecto en la medida que posee más actualidad y menos potencialidad (y a la inversa)

Pero ¿cómo y por qué se pasa de la potencia al acto? ¿Por qué las cosas cambian? ¿Qué es lo que hace que algo que todavía no es, se convierta en algo que ya es, y que de lo menos perfecto surja algo más perfecto?

Aristóteles responde con sencillez: es por la acción o intervención de un agente, de una causa. Así, en el ejemplo de la escultura, es Miguel Ángel Buonarotti quien ha “transformado la materia”, el mármol, tallándola y dando lugar a la escultura, el David o la Piedad, por ejemplo.

Con esta reflexión, Aristóteles se adentra en otra importante teoría metafísica: la teoría de la causalidad.

3) Teoría aristotélica de las causas.


La causalidad en Aristóteles tiene que ver con el cambio (paso de la potencia al acto); es una teoría física. Pero es así mismo una teoría metafísica, porque se refiere también al ser de las cosas, a lo que son. Dirá el estagirita: “todo lo que llega a ser es por una causa”.

Se define la causa como aquello de lo cual una cosa depende en su ser o en su hacerse. Y más precisamente aún, aquello que se exige de modo necesario y suficiente para que algo llegue a ser. Lo producido por la causa se denomina efecto.

De esta noción de causa se derivan tres consecuencias metafísicas importantes:

1ª. La causa se distingue realmente del efecto. Y por consiguiente, nada es causa o efecto de sí mismo, porque nada ni nadie da lo que no tiene.

2ª. La causa es ontológicamente previa al efecto; es decir que si no hay causa, no hay efecto. Sin embargo, la causa no tiene por qué ser anterior temporalmente al efecto (depende del tipo de causa).

3ª. El ser del efecto depende del ser de la causa.

Aristóteles distingue cuatro tipos de causas:

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Al agente del movimiento, que hace pasar algo de la potencia al acto, lo denomina CAUSA EFICIENTE. Responde propiamente a la pregunta “¿por qué?”. En su sentido primordial, la causa eficiente se aprecia en la explicación del movimiento como el agente inmediato: “Todo lo que se mueve es movido por otro”. (Nota 3)

Pero toda causa eficiente obra por un determinado fin. Éste es la CAUSA FINAL. En cierto modo, la causa final es la primera de todas las causas, pues influye sobre el agente impulsando y determinando su acción, como la perfección que se busca. Responde a la pregunta “¿para qué?”. Al ser la perfección a la que se tiende en todo cambio y actuación, tiene carácter de acto con relación a las demás causas. Para Aristóteles, la causa final es la “causa de todas las causas”. La referencia a la causa final se conoce como “teleología”.

La causa eficiente y la final son causas extrínsecas a las cosas. Actúan sobre ellas desde el exterior y, en general, pueden desaparecer una vez producido el efecto sin que éste se destruya.

Pero hay otras dos causas o principios de las cosas que forman parte constitutiva de ellas: la materia y la forma. La materia es CAUSA MATERIAL y responde a la pregunta “¿de qué está hecha una cosa?”. La forma es CAUSA FORMAL y responde a la pregunta “¿qué es o cómo es una cosa?”. Se trata de la estructura o constitución que define a algo. Ambas son causas intrínsecas, que permanecen en el efecto mientras éste dura.

El ser y el hacerse de las cosas requiere el concurso conjunto de las cuatro causas. Así, por ejemplo, en la fabricación de una llave, el hierro ejerce el papel de causa material, que de suyo estaba en potencia de ser muchas cosas (martillo, hacha, llave…). El que de hecho “sea llave” y no otra cosa depende, no de ser hierro, sino de tener la forma, estructura y características de una llave (causa formal, esencia). El herrero es la causa eficiente, y el abrir o cerrar puertas es la causa final (para Aristóteles, en el fondo, es la razón fundamental de la llave, a la que sirven todas las demás causas que intervienen).

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De lo dicho se concluye que existe una jerarquía de perfección entre las causas, en función de su condición de acto o potencia. La menos perfecta es la causa material, que es la más potencial de todas. Sigue a continuación la causa formal, que es acto respecto de la materia, y más perfecta que ella; pero es potencial con respecto a la eficiente y a la final. La eficiente es más perfecta que las causas intrínsecas, que se comportan como potencia con respecto al agente. Éste, por su parte, está al servicio de la finalidad o perfección a la que se dirige su acción. Por consiguiente, la causa final es acto con respecto de las demás causas y la más perfecta de todas. Acto de todos los actos y perfección de todas las perfecciones porque es “causa de todas las otras causas”.

A partir de aquí Aristóteles “sobrevuela” el pensamiento de los filósofos que le han precedido: Los presocráticos repararon sólo en algunos tipos de causas. Los milesios (jonios) se fijaron en la causa material; los pitagóricos (y Platón) en la formal; los atomistas en una causa material (los átomos) y otra eficiente, de tipo mecánico: el movimiento local. Aristóteles propone que existen diversos tipos de causalidad, concurrentes en la mayor parte de los casos. Y sobre todo, advierte la importancia de la causa final (teleología), que ninguno de los anteriores advirtieron (salvo, de algún modo, Platón).

4) Las categorías: sustancia y accidentes.


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Otra aportación fundamental de Aristóteles a la Metafísica es su teoría acerca de las categorías o modos de ser. A este respecto, Aristóteles afirma que “el ser se dice de muchas maneras”; es decir, que se puede decir de muchas maneras que una cosa “es”, o que hay muchos tipos o modos de ser que no deben confundirse entre sí. Incluso en un mismo ente pueden advertirse varias categorías o modos de ser.

En primer lugar, en un ente debemos distinguir dos modos de ser básicos: la sustancia propiamente dicha (la cosa, por ejemplo un árbol o una piedra) y los accidentes que le son inherentes (que el árbol mida 2 ó 6 m., que conserve las hojas o las haya perdido, que esté al lado de tal edificio, etc.; o que la piedra pese 2 kg., que sea de color negro, esté incrustada en una pared o en el suelo, etc.)

Lo propio de la sustancia es que existe en sí y no en otro, mientras que en los accidentes es al revés: existen en otro (la sustancia) y no en sí mismos. La blancura (accidente), por ejemplo, se da, no en sí misma, sino en ciertas cosas que tienen color blanco, por ejemplo una hoja de papel, una camisa, etc. (sustancia). La sustancia es el sujeto del cual se predican todos los demás modos de ser. Es el ente propiamente dicho. Las sustancias son individuos, dotados de una rica gama de determinaciones accidentales. Los accidentes son los diferentes modos de ser que afectan a la sustancia, determinaciones que se dan en ella, pero que pueden faltar o cambiar sin que la cosa deje de ser la que es. Por ejemplo: el mismo árbol puede pasar por diferentes estados: con hojas o sin ellas, con más o menos ramas, con un tamaño y una figura diferente según el paso de los años, etc. Todo esto no le hace “otro” árbol, sigue siendo “el mismo”, aunque en él se produzcan ciertos cambios o modificaciones. Así se explica que en la misma cosa se den a la vez la permanencia (de la sustancia) y el cambio (en los accidentes).

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A lo largo de las diferentes estaciones, un árbol ofrece un aspecto diferente. Estos cambios accidentales no le impiden seguir siendo el mismo árbol (sustancia)

Los accidentes son la expresión y manifestación de la sustancia. No son “otros” entes o entidades. No son ”cosas” enganchadas o superpuestas a la sustancia -como erróneamente interpretará el empirista David Hume (s. XVIII) cuando critique la noción de sustancia-. La mayor parte de los accidentes son accesibles al conocimiento sensible; la sustancia sólo es accesible al conocimiento intelectual.

La sustancia no puede faltar en un ente sin que éste deje de ser el mismo ente. Si un árbol se quema por completo, o si de él hacemos muebles, vigas, herramientas, etc., la sustancia desaparece. El árbol ya no existe propiamente, se ha producido un cambio sustancial. Estamos ante otra u otras sustancias distintas: una mesa, un bastón, una puerta… En el caso de que se produzcan cambios accidentales (la caída de las hojas, una poda, el crecimiento natural, un traslado a otro lugar…), la sustancia –el árbol- sigue siendo la misma. (Nota 4)

¿Cuántos tipos de accidentes hay? Aristóteles no da una lista cerrada. Llega a enumerar nueve en total: Cualidad, cantidad, relación (los tres principales, a los que se remiten los demás), acción, pasión, “cuándo”, “dónde”, posición y hábito (Nota 5). Pero, más que el número exacto de “categorías”, al estagirita le interesa resaltar el contenido analógico del concepto o idea de ser. Que un concepto sea “análogo” significa que tiene sentidos en parte iguales y en parte distintos. No hay un solo ser que es todo él uno y lo mismo (frente a lo que sostenía Parménides), sino muchos entes (seres) y de muy distintos tipos (categorías).

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El cosmos, la naturaleza, incluye permanencia y cambio, unidad y multiplicidad. Cambia o se transforma según condiciones o leyes naturales precisas, marcadas por la forma o modo de ser propio de cada cosa, que es estable y permanente en cada cosa mientras ella siga siendo lo que es. Y lo que es, no depende del parecer subjetivo de un espectador. Como ya se ha indicado más arriba, para Aristóteles sí es posible un ciencia o saber riguroso acerca de las cosas sensibles y materiales, porque la sustancia tiene su propio modo de ser (su esencia, su forma o naturaleza), que es estable.

Así pues, aquí hallamos una importante diferencia con Platón, para quien sólo era posible tener “opiniones” o “pareceres” acerca del ámbito de lo sensible. Por otra parte, las “sustancias” en Platón, propiamente, eran las Ideas, que eran universales y estaban “fuera” de las cosas materiales de nuestro mundo.

5) Dios, “motor inmóvil”.


El cosmos ‘metafísico’ de Aristóteles es diverso y dinámico, y a la vez estable; incluye ingredientes potenciales (los elementos materiales, por ejemplo) y está sujeto al cambio. Esto significa que no es perfecto, que no es puro acto y que no se basta a sí mismo, sino que depende de la intervención de otros principios causales.

El mundo está sujeto al cambio. Y en todo lo que cambia, en el movimiento que afecta a las cosas, se produce un paso de la potencia al acto. Pero todo lo que se mueve es movido por otro. El cambio en el cosmos reclama una causa.

Y entonces Aristóteles afirma que esa “causa motora” que imprime dinamismo a los procesos del cosmos, presumiblemente, ha tenido que ser “movida” a su vez por otra; pero lo mismo habría de ocurrir con ésta, que reclamaría otra causa, y ésta última otra, y ésta otra… y así sucesivamente. Ahora bien, esta serie de “causas motoras” no es posible que se prolongue hasta el infinito. No es posible que las serie de causas motoras (y movidas) se remonte al infinito, puesto que, de ser infinita, no habría llegado hasta la situación presente, de la cual hemos partido. Por consiguiente, más o menos dilatada, esta serie de posibles causas motoras es finita, y por lo tanto ha de existir un “primero motor”, una “primera causa motora” que a su vez no es movida por otra. Se trataría –la expresión es de Aristóteles- de un “motor inmóvil”.

Dicho motor inmóvil es tan eterno como el mundo movido por él, y único. Envuelve e impulsa al mundo con su dinamismo y, a través de causas motrices subordinadas, es la causa de todo cambio y de toda perfección en el cosmos.

Pero además, si el movimiento es el paso de la potencia al acto, “inmóvil” implica que no está en potencia, que no tiende hacia una perfección ulterior; es decir, que no tiene potencialidad alguna. Dicho de otro modo es “acto puro”, y por lo tanto pura perfección sin mezcla de potencia, y por consiguiente inmaterial, bien supremo, suprema belleza. Y, finalmente, es distinto y “separado” –trascendente- a este cosmos en el que hay mezcla de potencia y acto. Se trata de Dios.

Ahora bien, si -como es creencia general entre los griegos- su perfección no le permite intervenir directamente sobre la materia –es decir, si no es causa eficiente del mundo-, ¿cómo puede ser causa de la perfección y del dinamismo de las cosas que hay en el mundo? Aristóteles responde que origina el movimiento y las perfecciones que surgen en el cosmos porque posee la perfección suma y por lo tanto posee todo lo apetecible. Es decir, mueve a las cosas como el bien mueve a quien lo desea, como lo amado mueve al amante. Dicho de otro modo, Dios mueve al mundo como su Causa final. Mueve “por atracción”. El dinamismo de las cosas se pone en marcha como una tensión o afán hacia lo perfecto, como una “tensión amorosa” hacia el Acto Puro, que  es Dios. Él es la perfección a la que todo tiende, que todas las cosas buscan.

Pero, ¿qué hace Dios en su “apartado existir”? Responde Aristóteles que al Acto Puro, suma perfección, ha de serle atribuida de manera excelente toda perfección que hallemos en este mundo. Ahora bien, vivir es el más perfecto modo de existencia. Por consiguiente, a Dios debe serle atribuida la vida, y ésta en su más alto grado. ¿Y cuál es el más alto grado de la vida? El pensamiento, la racionalidad.

Aristóteles distingue dos tipos de actividad en los seres racionales: “poiesis” (producción, fabricación, técnica), y “praxis” (acción moral, educativa y pensamiento teórico). La más perfecta forma de actividad es la praxis, que incluye la teoría, ya que la poiesis (producción) es una acción dirigida a algo distinto, mientras que el pensamiento y el conocimiento como tal es un bien y un fin en sí mismo, no subordinado a otra cosa.

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En consecuencia, Dios, para Aristóteles es un Pensamiento, una inteligencia que siempre está en acto, siempre pensante, cuyo objeto no es exterior ni superior a ella misma. El objeto de este Pensamiento sólo puede ser él mismo: es un ”pensamiento que se piensa a sí mismo”. Y al pensarse a sí mismo, como es la perfección a la que tienden todas las cosas, conoce todas las cosas bajo el prisma de su perfección.

…Pero el Dios aristotélico no es una “causa primera productora de los seres”. No es creador, en sentido estricto. La materia y el mundo mismo son tan eternos como el Motor Inmóvil. Éste sólo es el principio y causa del movimiento y la mente “ordenadora” del mundo. Lejano, externo y “extraño” al mundo, vive su propia vida intelectual sin preocuparse de las cosas y de su zozobra cotidiana. No es providente. No interviene en nuestra vida ni se interesa por ella. Sólo “piensa en sí mismo”. Es amado pero no ama.

NOTAS


1.- La Metafísica, ya desde los primeros filósofos griegos, consiste en el estudio racional del ser de las cosas, se adentra en las estructuras y principios más profundos de las cosas. Por su parte, la Física en Aristóteles es el estudio de los seres o entes que se mueven o cambian, y de sus causas inmediatas.

2.- La potencia activa, en realidad es una perfección, un acto. Es un “poder” (hacer); y su contrario es una “impotencia” o “incapacidad”. Pongamos un ejemplo: la vista es la capacidad de ver. Es una potencia activa. Su contrario es una imperfección: la ceguera. En cuanto a la potencia pasiva, es propiamente potencia, es una carencia de algo. Y su contrario es una perfección. Por ejemplo: un bloque de mármol se comporta como potencia pasiva con respecto a la escultura que se puede tallar en él.

3.- Esta expresión aparecía ya en el diálogo platónico Timeo. Aristóteles no se plantea que pueda existir una causa eficiente infinita, creadora en sentido estricto, capaz de instaurar en la realidad todas las cosas “desde la nada”. La causa eficiente sólo transforma al compuesto, o lo genera a partir de la materia.

4.- Aristóteles distingue dos tipos de cambio sustancial: generación y corrupción; son cambios accidentales el cualitativo, de desarrollo (crecimiento, maduración, etc.), el local...

5.- Cualidad: lo que perfecciona, modifica o determina a la sustancia, en sí misma o en sus operaciones: blancura, salud, alegría, tristeza, enfermedad, virtudes, talentos, etc. Relación: referencia de una cosa a otra. Cantidad (número, extensión, localización). Acción: causalidad sobre algo. Pasión: ser efecto de algo. Hábito (aspecto externo). Posición (de pie, inclinado, etc.) Dónde: ubicación en un lugar. Cuando: ubicación en el tiempo.